Cada año somos testigos y/o partícipes de festividades religiosas: Semana Santa, Pascua de Resurrección, Navidad, etcétera.
Todas ellas suponen la existencia de un sustrato de fervoroso sentir popular y exhibición de actos de fe tan inconmensurables como incomprensibles para muchos.
¿Tienen estas expresiones alguna explicación científica?
La religión es una compleja red de representaciones culturalmente construidas sobre la base de relatos a los que se adhiere mediante un mecanismo de fe que exige a cada uno de sus seguidores la aceptación cabal de sus preceptos sin requerir para ello de ninguna evidencia mediante. Tal es así que el requisito máximo de pertenencia supone que el “creer sin haber visto” no es una debilidad sino una virtud.
Más allá de toda discusión antropológica e histórica, ¿tiene alguna explicación científica la“experiencia religiosa”? ¿Tiene alguna base empírica el adherir sostenidamente a una religión? Obvio que sí.
Desde diversas disciplinas se ha estado examinando el éxtasis de la “experiencia religiosa”. Un reciente estudio hecho por científicos noruegos propone un modelo explicativo de dichas vivencias, asociándolas con la epilepsia.
El paper denominado “Epilepsy and religion” da cuenta de la estrecha relación entre episodios convulsivos en el lóbulo temporal en individuos que relatan distintas vivencias de tipo religioso, tales como sensación de perfecta armonía, sentir la presencia de Dios o de un estado de éxtasis.
Los autores señalan que en la actualidad existe evidencia de que un número significativo de personas religiosas, incluyendo a los profetas, los santos y fundadores de cultos, pueden haber tenido convulsiones del lóbulo temporal.
En la misma línea de este trabajo, en el Departamento de Neurología de la Universidad de Nueva York, realizan otro estudio publicado bajo el nombre “Spirituality and religion in epilepsy” en el que señalan que observaciones clínicas durante los últimos 150 años avalan una asociación entre experiencias religiosas y los episodios convulsivos, en donde nuevamente las miradas apuntan al lóbulo temporal.
Sus registros muestran una serie de vivencias asociadas a crisis epilépticas, entre las que destacan la “premonición” y visión de “auras”.
No se descarta, por cierto, la influencia de factores psicológicos y sociales en la comprensión del fenómenos de la “experiencia religiosa”, pero el mayor peso explicativo recaería en el mecanismo neurológico.
También se sugiere considerar al sistema límbico como el elemento crítico en la emergencia de experiencias religiosas, debido a la asociación que éste tiene con epilepsia del lóbulo temporal y a la naturaleza emocional de dichas experiencias. Además, las áreas neocorticales también pueden estar involucradas, dada la presencia de alucinaciones visuales y auditivas en dichas vivencias.
En contraste con las consecuencias derivadas de alteraciones del lóbulo temporal, la explicación de los intereses religiosos de una persona, en tanto rasgo constitutivo de su personalidad, podría deberse a alteraciones de las funciones frontales.
Vale decir que tanto la adhesión más estable, cotidiana y permanente a un sistema de creencias religiosas, como el “éxtasis” de una experiencia religiosa ocasional tendrían, respectivamente, su origen en alteraciones tanto del lóbulo frontal como del lóbulo temporal del hemisferio derecho del cerebro.
Otra línea de trabajo que aborda el fenómeno de la religiosidad y experiencias religiosas es la que se aborda en el paper “Religion, spirituality, and psychosis” y que también se puede encontrar en una serie de estudios que examinan la relación entre religiosidad y psicosis.
Es el caso de las revisiones publicadas bajo los títulos “Delusions, illusions and hallucinations in epilepsy: 1. Elementary phenomena” y “Delusions, illusions and hallucinations in epilepsy: 2. Complex phenomena and psychosis” en donde se revisan las características clínicas y las bases electrofisiológicas de los estados psicóticos más complejos asociados con la epilepsia y que apuntan a la fuerte presencia de contenidos religiosos en los pacientes psicóticos.
Podrán notar que el estudio entre religiosidad y salud mental no es algo cansino. Por el contrario, cuenta con abundante literatura científica. De hecho, no toda la evidencia le asocia con una “mala” salud mental.
Este estudio del 2006 “Religiousness and mental health: a review” señala justo lo contrario: que encontraron que niveles más altos de participación religiosa se asocian positivamente con indicadores de bienestar psicológico (satisfacción con la vida, la felicidad, el afecto positivo y una moral más alta) y con menos depresión, pensamientos suicidas y abuso de drogas y alcohol. Si usted es una persona religiosa le habrá entusiasmado este estudio, pero no se apure tanto, pues otro estudio publicado en mayo de 2012 bajo el título “Religiosity and health in epidemiological studies“, junto con reconocer que los factores religiosos proveen de consuelo, esperanza y significado y que se asocian con la protección de los hábitos alimenticios y un menor riesgo de abuso de sustancias, advierte que puede ser también perjudicial, ya que es a menudo vinculado con los trastornos neuróticos y psicóticos.
Y no sólo eso. Según este otro estudio denominado “Religious Factors and Hippocampal Atrophy in Late Life,” los factores religiosos influirían en la atrofia del hipocampo en la vejez.
Los hallazgos de este estudio indican que la atrofia del hipocampo puede ser únicamente influenciada por ciertos tipos de factores religiosos, independiente de factores psicosociales (apoyo social, estrés, depresión) o demográficos.
Otros dos estudios indexados en PlosONE nos entregan resultados aún más interesantes sobre la neuroanatomía de creyentes y no creyentes ¿acaso hay diferencias en la estructura cerebral asociado a la religiosidad? al parecer sí.
Al menos eso se desprende de revisar “The Neural Correlates of Religious and Nonreligious Belief” y “Neuroanatomical Variability of Religiosity“.
Los estudios sugieren que el pensamiento religioso está más asociado con las regiones del cerebro que gobiernan las emociones, la auto-representación, y conflicto cognitivo, y que los aspectos clave de la religiosidad están asociados con las diferencias de volumen cortical.
La religiosidad, conjunto de rasgos expresados en forma variable en la población, estaría modulada por la variabilidad neuroanatómica. Impresionante ¿no?
¿Acaso todo está en la cabeza? pregunta que puede irritar a muchos, pero de la que tenemos una respuesta contundente. En el estudio publicado en PNAS llamada “Cognitive and neural foundations of religious belief” sus resultados indican que la creencia en un ser superior estaría “profundamente anclada en el cerebro humano”, el que estaría programado para la experiencia de la religiosidad, es decir, que los componentes específicos de la creencia religiosa son mediados por redes cerebrales.
¿Supone la religión un doblegamiento de la voluntad, toda vez que opera a nivel cerebral?
¿Puede un religioso abandonar sus convicciones si éstas se sustentan en alteraciones de la actividad neuronal? Sin entrar en el debate de la legitimidad de la opción religiosa, y deteniéndome únicamente en cuestiones de orden empírico, debo responder a ambas preguntas con un “sí”.
Se ha constatado experimentalmente que el pensamiento analítico fomenta la incredulidad religiosa, incluso en aquellas personas más devotas. ¿No me cree? pues en la investigación publicada en Science bajo el nombre “Analytic Thinking Promotes Religious Disbelief” aportan datos reveladores. Los resultados sugieren que la activación del sistema cognitivo analítico en el cerebro puede socavar el soporte intuitivo para la creencia religiosa, al menos temporalmente.
En todas las pruebas realizadas, el grupo inducido a pensar analíticamente mostraba una mayor incredulidad religiosa que el de control.
Personalmente quisiera destacar este último estudio, pues estimo de gran valor el mantener nuestra “limpieza cerebral” en atención a mecanismos de pensamiento lógico, analítico y no a la adhesión de estructuras dogmáticas que supongan un abandono de la libertad de escrutinio por mera aceptación de premisas inauditables e imposibles de someter a verificación/refutación.
Si a los niños se les enseña que no es necesario defender sus creencias con exhibición de evidencias estamos exponiéndolos al sometimiento y abuso por abandono del análisis crítico y, peor aún, empujándolos hacia la legitimación del pensamiento irracional y fanático.
No he intentado aquí denostar el legítimo derecho de las personas por adherir a sistemas de creencias, sino más he pretendido apuntar a que la adscripción irreflexiva a premisas sobre la base de la fe como mecanismo exclusivo de aceptación suponen un riesgo latente de vulnerabilidad de la propia voluntad y lucidez, cuestión abundantemente acreditada por la evidencia que en este post he compartido.
Si de mí dependiera, promovería como ejes formativos, valóricos y actitudinales al escepticismo, la rigurosidad y al método científico.
foto lavoz.com.ar
Alexis Rebolledo Carreño
elquintopoder.cl
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