Entre los terapeutas, es prácticamente un dogma que el autoconocimiento es un requisito indispensable para una vida feliz.
La comprensión, según ese criterio, liberará de los complejos psicológicos y promoverá el bienestar.
Quizá sea así, pero mi experiencia reciente me hace cuestionarme si la comprensión es tan importante.
No hace mucho tiempo, atendí a un joven de apenas 30 años, que estaba triste y ansioso luego de que su novia lo había abandonado; era la segunda vez que le pasaba en tres años.
Estaba claro que sus síntomas eran la reacción ante la pérdida de una relación y que no estaba clínicamente deprimido.
"Lo he tratado varias veces en la terapia", afirmó.
Tenía problemas para tolerar cualquier separación de sus novias, y podía relacionar ese sentimiento con la separación de su madre, que había sido internada durante varios meses por un tratamiento de cáncer cuando él tenía 4 años.
En resumen, había logrado un gran autoconocimiento con la terapia respecto a la naturaleza y origen de la ansiedad, pero no se sentía mejor.
Lo que la terapia le había dado a este joven era una narrativa coherente de su vida; había desmitificado sus sentimientos, pero no había conseguido cambiarlos.
¿Se debía a que su autoconocimiento era errado o a que era incompleto?
¿O acaso el autoconocimiento tiene un valor limitado sin importar su profundidad?
Tema de debateLos psicoanalistas y otros terapeutas han discutido durante años sobre este tema que llega hasta el corazón mismo del funcionamiento de la terapia (cuando funciona), para aliviar la aflicción psicológica.
Los debates teóricos no han solucionado el problema, pero ha surgido una clave interesante sobre la posible importancia del autoconocimiento en estudios comparativos de diferentes tipos de psicoterapias, de las cuales sólo algunas enfatizan el autoconocimiento.
De hecho, cuando se han comparado directamente dos tipos distintos de psicoterapias, ha sido a menudo difícil encontrar diferencias entre ellas.
Respecto a los pacientes, el significado es claro.
Si uno está deprimido, por ejemplo, es probable que uno se sienta mejor, ya sea que su terapeuta utilice el método cognitivo- conductista, que apunta a corregir sus pensamientos y sentimientos distorsionados, o con una terapia psicodinámica, orientada al autoconocimiento.
Como el ingrediente común en todas las terapias no es el autoconocimiento, sino un lazo humano no específico con el terapeuta, parece justo decir que el autoconocimiento no es necesario ni suficiente para sentirse bien. Y no sólo eso.
A veces parece que intensifica el sufrimiento de una persona.
Recuerdo a un paciente que estaba crónicamente deprimido e insatisfecho.
"La vida es un plomo", me dijo, e hizo una lista de problemas sociales y económicos verdaderamente reales.
Era pesimista sobre el lamentable estado de la economía, a pesar de ser próspero y no estar amenazado por ella.
Era un analista financiero exitoso, pero estaba aburrido de su trabajo, al que veía como mecánico y personalmente insatisfactorio.
Había estado en terapia durante años antes de que yo lo viera y había llegado a la conclusión de que había elegido su profesión por complacer las exigencias de su demandante padre, en lugar de seguir su pasión por el arte.
A pesar de que sabía mucho sobre sí mismo y su conducta, claramente no estaba más feliz por eso.
Cuando se deprimió, sin embargo, su autoconocimiento empeoró su dolor porque se criticó a sí mismo por no haber enfrentado a su padre y seguido su propio camino.
Durante años, los investigadores han sabido que los depresivos tienen tendencia a recordar acontecimientos tristes de sus vidas; no se trata tanto de que produzcan historias negativas, sino de que olvidan las buenas.
En ese sentido, sus visiones y percepciones negativas pueden ser deprimentemente exactas, aunque sesgadas e incompletas.
Hasta nos hace preguntarnos si para ser felices no sería necesario un poco de autoengaño.
Nada de esto quiere decir que el autoconocimiento carezca de valor.
Lejos de ello.
Si uno no quiere ser un cautivo de conflictos psicológicos, el autoconocimiento puede ser una poderosa herramienta para liberarse de ellos.
Probablemente se sienta menos dolor emocional pero eso no es la felicidad.
Richard A. Friedman
The New York Times
Traducción de María Elena Rey
La Nacion
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