sábado, 27 de septiembre de 2008

Debaten cuándo la tristeza se convierte en depresión


Para muchos, hay un sobrediagnóstico
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NUEVA YORK.-
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Un paciente entra en mi consultorio y dice que se ha sentido mal durante las últimas tres semanas.
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Un mes atrás, su esposa lo dejó por otro hombre y él siente que no tiene sentido seguir.
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No ha estado durmiendo bien, no tiene hambre y perdió el interés en casi todas sus actividades.
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¿Debería darle un diagnóstico de depresión clínica? ¿O mi paciente simplemente está triste?
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La respuesta es más complicada de lo que algunos críticos del diagnóstico psiquiátrico piensan.
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Para esos críticos, la psiquiatría ha medicalizado la tristeza, al no considerar el contexto social y emocional en el que las personas desarrollan su estado de ánimo.
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El fracaso en el diagnóstico, afirman, ha creado una falsa epidemia de depresión.
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En su reciente libro La pérdida de la tristeza , A. Horwitz y J. Wakefield sostienen que durante cientos de años los síntomas de la tristeza que tenían causa eran separados de los que no la tenían.
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Sólo los últimos eran considerados desórdenes mentales.
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Con el advenimiento del moderno criterio diagnóstico, sostienen los autores, los médicos fueron alentados a ignorar el contexto de las quejas de los pacientes y a hacer foco sólo en los síntomas.
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El actual criterio de depresión mayor, dicen, falla en distinguir entre una reacción "anormal", causada por una "disfunción interna", y una "tristeza común", causada por circunstancias externas.
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Y culpan a los intereses de médicos, investigadores y farmacéuticas.
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Pero si bien esta tesis cada vez más popular contiene una pizca de verdad, también oculta un montón de problemas conceptuales y científicos.
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En primer lugar, si el moderno criterio diagnóstico estuviera convirtiendo la tristeza común en depresión, sería esperable que el número de nuevos casos de depresión se estuviera disparando.
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Pero los estudios recientes realizados en los Estados Unidos y Canadá coinciden en que la incidencia de la depresión mayor se ha mantenido relativamente estable en las últimas décadas.
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En segundo lugar, pareciera fácil determinar si alguien con quejas depresivas está reaccionando a una pérdida. Los clínicos con experiencia saben que esto es raramente así.
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La mayoría de nosotros podemos señalar pérdidas recientes o decepciones en nuestras vidas, pero no siempre está claro que estén causalmente relacionadas con la depresión.
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Un ejemplo: un paciente que ha sufrido un accidente cerebrovascular (ACV) hace un mes se muestra letárgico y deprimido.
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Para los críticos, esa depresión es una "tristeza común" en reacción al golpe psicológico sufrido. Pero se sabe que los ACV también alteran la química cerebral del cerebro que interviene en el estado de ánimo.
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¿Cuál es entonces el disparador real de esa depresión?
Quizá sea una combinación de factores psicológicos y neurológicos.
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En resumen, la noción de "reaccionar" a los eventos adversos es compleja y problemática.
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En tercer lugar, está la idea de que tras una pérdida reciente lo más probable es que los síntomas depresivos sigan un curso benigno y limitado y que ,por eso, la persona no necesita tratamiento médico.
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Esto nunca ha sido demostrado, hasta donde yo sé, en estudios bien diseñados.
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Y lo que sí ha sido demostrado es que los antidepresivos pueden ayudar a los pacientes con síntomas de depresión mayor que aparecen justo después de la muerte de un ser amado.
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Aun así, la mayoría de los psiquiatras reconocen que en el espacio que actualmente brinda la consulta es muy difícil comprender mucho acerca del contexto de las quejas depresivas.
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Y en esas condiciones, muchos médicos se ven tentados a prescribir el antidepresivo Prozac y pasar al siguiente paciente.
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Pero el desconcertante interrogante de cuándo la tristeza se convierte en depresión, y cómo debe ser tratada, requiere mucho más estudio.
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Hoy la mayoría de los psiquiatras creen que no tratar la depresión severa es un problema más acuciante que atender en exceso la "tristeza común".
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El autor es profesor de psiquiatría del Centro Médico Tufts, de Estados Unidos.
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Por Ronald Pies
De The New York Times
La Nacion

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