sábado, 12 de febrero de 2011

"Te amo con todo mi cerebro"


Se equivocaron Aristóteles y Shakespeare, dicen neurobiólogos y psicólogos. El amor jamás se originó en el corazón: su centro es el cerebro, puro y duro.

Stephanie Ortigue, una de las psicólogas y neurocientíficas más reputadas de la Universidad de Ginebra, está en la treintena.

Es delgada y su largo pelo oscuro enmarca un rostro que, de lejos, se adivina latino: es francesa, nació en Savoya, cerca de los Alpes.

De su rol de psicóloga en Francia, saltó, muy joven, a laboratorios especializados en neurociencia y ciencias cognitivas en Suiza.

Y de ahí, a la Universidad de Syracuse, en Nueva York.

En ambas universidades -la de Europa y la de Estados Unidos- hoy enseña, investiga y publica papers de alto nivel.

Los latidos del corazón-y las ondas cerebrales- la han llevado lejos.

La profesora Ortigue tuvo, desde el principio de su carrera, una meta: identificar el origen científico del amor.

Con su sofisticada expertise y su ojo treintañero, se puso a trabajar incansablemente para investigar -y probar en forma irrefutable-, la conexión entre la actividad cerebral y el sentimiento romántico.

Múltiples estudios anteriores señalaban la vía que desligaba al amor del corazón y lo reconducía hacia la cabeza.

Pero, en su calidad de neurocientífica, Stephanie observaba que faltaba una investigación definitiva.

Una basada exclusivamente en parámetros de alta ciencia.

La movía una causa:

desentrañar los procesos cerebrales que desencadenan la euforia, la pasión y el apego sentimental, para poder trabajar sobre ellos como si tuviera una plasticina entre los dedos.

A poco andar, el equipo dirigido por Ortigue constató que repasar las investigaciones anteriores de los expertos sobre el tema -en lo que se ha llamado un metanálisis- echaba luz, además, sobre distintas redes cerebrales que se activan frente a distintas categorías de amor, desde el filial al amistoso.

Desde su cátedra en la Universidad de Ginebra explica:

"Entre mis cientos de pacientes estaban esos enamorados que sufrían, esas víctimas del corazón que no sabían o no podían sublimar su experiencia y se enredaban en amargas depresiones y largas angustias ante un quiebre sentimental.

No era un tema superficial para mí.

Muchas veces, con colegas, habíamos pensado que, si entendiéramos el proceso científico del amor, podríamos tal vez mejorar la angustia y la sensación de soledad de aquellos pacientes que no saben reaccionar bien frente a un quiebre.

Fuera de una finalidad de investigación pura, había una terapéutica", dice.

Para eso, esta profesora -y su equipo, donde la secundaba el psiquiatra suizo-italiano Francesco Bianchi-Demicheli- se abocó a la prueba irrefutable de su hipótesis: examinar centenares de resonancias magnéticas del cerebro de gente enamorada.

Trabajaron largos meses.

El estudio se completó en agosto de 2010. Por primera vez, la ciencia estableció e identificó -vía la tecnología de punta de la resonancia magnética- un abanico de redes corticales asociadas con el amor apasionado.

De paso, los científicos pudieron contrastar en el cerebro al amor sentimental con otros tipos, como el materno.

sofisticado e intelectual Las áreas cerebrales involucradas se identificaron con tal certeza, que un dibujante pudo, por primera vez, colorear un diseño esquemático y ponerle número a cada zona "enamorada".

Stephanie Ortigue explica a seis meses de presentada su investigación científica en The Journal of Sexual Medicine:

"El amor está lejos de ser una emoción, porque puede durar toda la vida. Es un sentimiento mucho más elaborado, sofisticado e intelectual.

Con nuestras investigaciones demostramos que hay varias áreas del cerebro que se activan frente a la sensación de enamoramiento.

Son áreas claves para la emoción y la motivación.

También descubrimos que se alertan áreas cognitivas -por ejemplo, la unión temporo-parietal-, que está sobre la oreja izquierda.

Fue interesante descubrir que, al enamorarnos, no nos percatamos de los cambios en nuestra actividad cerebral, por lo que es una actividad inconsciente.

Sólo detectamos signos físicos: aumento de latidos cardíacos, mariposas en el estómago, sudor.

Esta cualidad del subconsciente indica que cada vez es `tu cerebro el que se enamora apasionadamente`".

"Es tu cerebro el que se enamora apasionadamente", explica la investigadora.

Confirmado: es una cuestión de química

Muriel Anne Benson, una atractiva diseñadora de ropa que vive y trabaja en las afueras de Salem, Carolina del Norte, recuerda nítidamente el día en que decidió inscribirse en el sitio web chemistry.com.

Fue a principios de 2006 cuando, desesperada por haber completado dos años sin novio -tenía entonces 32 y vivía sola-decidió probar suerte en este sitio que realiza un estudio químico y psicológico global de cada candidato.

Hoy, felizmente casada y con una beba de 9 meses, rememora:

"Me sentía sola, a pesar de mi éxito profesional.

Mi sueño era mudarme a Washington, pero no quería recomenzar mi vida en la capital sin pareja.

Me inscribí en el sitio y ahí comencé a aprender sobre las hormonas cerebrales y su efecto en los sentimientos. No podía creer que el cerebro tuviera tanta conexión con lo que una mujer siente".

Después de varias citas que no resultaron, Muriel Anne conoció a su marido, Arthur, a quien hoy considera "su alma gemela".

Tanto que después de cinco años la pareja sigue viviendo en su casa de campo. No emigraron. "Cuando me inscribí fui aprendiendo cosas.

Como que uno no se enamora por pura magia, aunque ésta sigue existiendo: no somos máquinas.

Hay un factor biológico que es importante y que está relacionado con ciertas hormonas cerebrales:

tendemos a enamorarnos de quien tiene un perfil químico opuesto al nuestro en sus dosis de dopamina, serotonina, estrógeno y testosterona.

Te enamoras porque, al ser distintos químicamente, te complementas.

Supongo que eso nos pasó a nosotros".

Y fue la antropóloga canadiense Helen Fisher, una de los más connotadas especialistas en conducta humana de la Universidad de Rutgers, quien, después de estudiar 30 años las implicancias biológicas y psicológicas del amor, se convirtió en la asesora científica de esa web

Fisher identificó tres pasos evolutivos del ser humano en su proceso de emparejarse:

la libido o el impulso sexual, la atracción intensa y el apego definitivo.

Los tres sistemas parten de nuestro cerebro y son regidos por él.

Centrada en la antropología evolutiva, Fisher identificó a cuatro tipos de personalidades, cada uno asociado a distintos químicos: explorador (dopamina), negociador (estrógeno), director (testosterona) y constructor (serotonina).

EL MERCURIO | MARÍA C. JURADO

elpais.com.uy

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